(Londres, 25 de julio de 1920 – Londres, 16 de abril de 1958)
“La ciencia y la vida cotidiana no pueden ni deben separarse.”
Responsable de contribuciones imprescindibles para la comprensión del ADN, del ARN, de los virus, del carbón y del grafito, fue una de las cuatro personas que descubrieron la estructura molecular del ADN. Sin embargo, tuvieron que pasar muchos años para que reconocieran la importante aportación de Franklin a través de las imágenes tomadas con la técnica de difracción de Rayos X.
Su educación
Franklin nació en Londres el 25 de julio de 1920, en el seno de una familia adinerada. Fue una estudiante sobresaliente. En palabras de su hermana menor, “siendo muy niña, se negaba a aceptar una afirmación o una creencia para la que no hubiera una lógica o una prueba que la demostrara como válida”. A los 18 años se matriculó en el Newnham Women’s College de la Universidad de Cambridge, donde estudió química y física. Recibió una beca para trabajar en el laboratorio, pero la falta de conexión con su supervisor, Norrish, la alejó de allí y acabó realizando una investigación pionera para su tesis doctoral sobre la estructura molecular del carbón.
En 1946, se trasladó a París, donde estudió la cristalografía de rayos X, un poderoso medio para inferir la estructura de las moléculas a partir de cómo doblan los haces de rayos X. Aunque le encantaba el estilo de vida parisino, al cabo de cuatro años regresó a Londres para aceptar un trabajo en el King’s College. Allí conoció a Maurice Wilkins, con el que iba a trabajar en la búsqueda de la estructura del ADN. Sus personalidades eran opuestas y chocaron de inmediato lo que los llevó a trabajar por separado. Mientras Wilkins buscó compañía en el laboratorio Cavendish de Cambridge, donde su amigo Francis Crick trabajaba con James Watson en la construcción de un modelo de la molécula de ADN, a Franklin le tocó lidiar con el aislamiento. Por ejemplo, no le permitían acceder a la sala común de café y descanso del departamento por ser mujer. “Puede parecer algo trivial, pero es más importante de lo que parece, porque aquí es donde se reunían sus colegas investigadores y donde debatían temas de trabajo de una manera más informal. Y a ella la excluyeron de todo eso”, dijo la hermana de la científica.
La Fotografía 51
Franklin participó en el descubrimiento de la estructura del ADN en 1953, pero Francis Crick y James Watson solo la citaban en el último párrafo de su artículo en Nature:
Hemos sido estimulados por el conocimiento de la naturaleza general de resultados experimentales no publicados y las ideas de Wilkins, Franklin y sus colaboradores.
De hecho, hay todo un culebrón tras esta historia porque Nature publicó tres artículos bajo el único título de “Estructura molecular de los ácidos nucleicos”. El primero, firmado por Crick y Watson, es la estrella de la revelación del descubrimiento científico, la estructura del ADN. El segundo es de Maurice Wilkins con dos colegas más. El tercero, de Rosalind Franklin y Raymond Gosling, un estudiante de doctorado que colaboraba con su departamento.
Y aquí es donde viene la polémica: Wilkins, a espaldas de Franklin, le había enseñado a Watson las fotos decisivas que ella había obtenido junto a Gosling (la famosa “Fotografía 51”) y cuyos resultados aún no había publicado. Esa era la pieza esencial del rompecabezas que les faltaba a Watson y Crick.
Años más tarde, para conmemorar el centenario de su nacimiento, la casa de la moneda de Reino Unido lanzó una pieza de 50 peniques con su “Fotografía 51”.
Pero esto solo es una pequeña parte de su legado, ya que hizo también importantes avances en la ciencia del carbono y se convirtió en experta en el estudio de virus que causan enfermedades en plantas y personas.
Invisibilidad y sexismo en la ciencia
En 1956, justo cuando su carrera estaba en su punto álgido, se vio trágicamente truncada cuando le diagnosticaron cáncer de ovario, falleciendo dos años después con tan solo 37 años. Tras su muerte, sus colaboradores Aaron Klug y John Finch publicaron la estructura del poliovirus, dedicando el artículo a su memoria. Klug sería galardonado con el premio Nobel de Química de 1982 por su trabajo para dilucidar la estructura de los virus.
Watson, Crick y Wilkins también recibieron el Nobel en 1962 (este nunca es entregado de manera póstuma y no puede ser recibido por más de tres personas), pero no se dignaron a darle la visibilidad que merecía. De hecho, Watson la describió repetidamente en términos sexistas en su libro “The Double Helix” (1968), criticando su “elección” de no “enfatizar sus cualidades femeninas” y su falta de “incluso un leve interés por la ropa”. Tuvieron que pasar muchos años para que reconocieran la importante aportación de Franklin a través de las imágenes tomadas con la técnica de difracción de rayos X. Es más, ella falleció sin llegar a saber hasta qué punto el trabajo de Crick y Watson había dependido de su investigación.
Como vemos, nuestra protagonista fue cediendo (y a veces le arrebataron) su luz y visibilidad para que otros recibieran el reconocimiento. El tiempo se ha encargado de devolverle el foco y gracias a la máxima de que el avance científico reposa en hombros de gigantes, muchos equipos de investigación hoy en día pueden usar herramientas como la secuenciación de ADN y la cristalografía de rayos X para investigar virus como el SARS-CoV-2.
CIENTÍFICA
En el centro de la lápida de Rosalind Franklin, en el cementerio judío Willesden de Londres, está la palabra “CIENTÍFICA”, seguida de la frase: “Su investigación y descubrimientos sobre virus siguen siendo de beneficio duradero para la humanidad”. Gracias por tanto.
Historia redactada por Lorena Fernández, coautora de Nobel Run.
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